sábado, 27 de febrero de 2021

RELATOS PREMIADOS . CONCURSO LITERARIO: CRÓNICAS DESDE UNA UCI

 

GUERREROS EN PRIMERA LÍNEA DE BATALLA, DE CANDELA TASERO

1º DE BACHILLERARO

   Los días se alargan hasta la extenuación. Las noches caen y pesan sobre la conciencia y los párpados de quienes un día decidieron dejarse la piel para cubrir a los que más frío tenían. Dedicar cabeza y corazón a encajar una a una las piezas del puzzle. Invertir entrañas y un pedacito de alma para deshacer pacientemente los nudos de incertidumbre y los rastros de toxina que yacen en la garganta de aquellos que se ahogan en un soplo de aire y tropiezan con la vida.  De los que resbalan por la cumbre y caen de golpe a ese pozo sin fin donde todo se arrastra flemático pero las cosas suceden muy deprisa. Donde pasa de todo pero no ocurre nada exactamente.

   Es increíble como algo tan sencillo como respirar se puede convertir en el abismo sobre el que se balancean con templanza y esperanza a partes iguales. Inestables. Sobre hilos de coser.  Guerreros desarmados avanzando en la línea de batalla. A pasitos entrecortados y tímidos. Sin hacer mucho ruido. Con miedo de despertar al monstruo de humo y polvo que acecha, envuelve y atraganta hasta al mínimo destello de luz que pretenda asomar por la puerta.

   Una realidad paralela e indescriptible que flota en el ambiente y corta las alas de aquellos valientes que pretenden salir volando y huir lejos, bien lejos, de aquel inquietante lugar de paredes blancas, eco en los pasillos, suelo brillante, olor a goma fresca y tacto suave. Aquel lugar de miradas que hablan solas y gritos que no dicen nada. Lugar de corazones encogidos y músculos tensos. Lugar donde la dictadura del tiempo y el silencio pesado controlan sin piedad  a sus súbditos.

   Y entonces es cuando llega el caos.

    El desastre emocional. El colapso mental. La implosión. Las vísceras revueltas. Los ojos empañados. Un escenario en llamas con el infierno susurrándome en el oído. La aguja de la angustia acechando en la garganta. Las voces entremezcladas y su conferencia en lengua muerta. Centenares de sentimientos atropellados y de pensamientos imposibles de procesar.

 

 

DÍA 1

   Oigo muy de lejos el despertador. Sonido que anuncia el reinicio del bucle irreal en el que vivo encerrada desde hace un número incalculable de días. Hace ya mucho –o poco- que perdí la noción del tiempo.

   Repito mi rutina y me preparo mentalmente con la melodía de las malas noticias de fondo. Ya estoy acostumbrada. Pero sueño día y noche con un pequeño rayo de luz. Una pequeña seña del faro de la vida, que, al menos, me deje inspirar un soplo de aire no contaminado.

   Trabajo hasta el límite las siguientes horas. Con la cabeza bien fría pero el corazón sin dejar de latir fuerte. Intento interponer una barrera entre mi mente y mis sentidos. Pero esa barrera, como siempre, acaba desplomándose, mezclando dos sustancias que reaccionan entre ellas y provocan esa explosión interna que tan poco sé controlar.

 

 

 

DÍA 2

   Todos los días son iguales. Miro al futuro y no veo la salida. No sé dónde está la solución. Sólo quiero luz. La marea imparable de información se actualiza a cada segundo. Todo puede cambiar de un momento a otro. Nadie sabe nada. Nadie entiende nada. Creo que es mejor no pensar. No parar ni un solo segundo. Seguir luchando. Dejarse llevar por un sistema de producción en cadena. Repetir y repetir. Todo va muy rápido. Todo va muy deprisa. Tengo la sensación de vivir en una pesadilla que se reinicia a media noche.

 

DÍA 3

   A veces pienso en rendirme. En salir corriendo muy lejos de aquí y esconderme donde nadie me vea. En huir de la realidad. Esconderla. O taparme los ojos. No ver las cosas que tengo en frente. Es difícil seguir caminando cuando sabes que todo va a peor.

 

DÍA 4

    Los carteles en las ventanas, la vida en los balcones, los aplausos a las ocho y los mensajes de ánimo hacen que todo cobre un poquito de sentido. La esperanza es el sol de esta tormenta. Hoy es un día diferente. La buena energía me ha acompañado desde que abrí los ojos. El sonido del despertador no ha sonado tan estridente. Los sueños han inundado la noche. Las estrellas se ven más brillantes. Las tostadas sabían mejor. La recepcionista hoy me ha sonreído.

   Todo apunta a que se han alineado los astros. A que este barco a la deriva ha cambiado su rumbo. A que la marea se ha calmado. Ya ha dejado de llover.

   Y estaba en lo cierto, tras innumerables días con las cifras al alza. Con la incertidumbre por bandera inundando los titulares. En un túnel de angustia sin final aparente…

Han disminuido los contagios.

Hoy lo malo es menos malo.

Hoy es el final de una etapa y el comienzo de otra.

Ha pasado.

Ha sucedido lo impensable.

Las cosas van a mejor.

 

DÍA 5

Los humanos somos tan inestables que nos aferramos al mínimo destello y lo convertimos en nuestra propia galaxia. Somos seres optimistas por naturaleza. Y eso está bien.

 

 

DÍA 6

   Parece que definitivamente todo va a mejor. Me sienta bien oír esa dichosa alarma y saber que abro los ojos para ayudar a que guerreros indefensos puedan reconstruir su castillo y volver a ondear su bandera. Y cada vez sucede más a menudo. Cada paciente curado es motivo de celebración. No hay nada mejor que poder regalar un punto y aparte a cada historia y no un punto y final. Y aunque después cada historia se convierta en cifra, y cada guerrero en estadística, nosotros conocemos mejor que nadie lo que hay detrás de todos esos gráficos.

 

DÍA 7

   Murales, vídeos y homenajes alrededor de todo el mundo dan voz y agradecimiento a nuestro trabajo. Quizá toda esta tormenta sí que tiene sentido. Todavía queda mucho camino. Pero ya ha salido el sol. Las nubes se han ido. El viento se ha calmado.

Todo merece la pena.



MIS ÁNGELES DE LA GUARDA, DE MARIA BALDOMERO

1º DE BACHILLERATO 

Me presento, soy Laura, acabé mi carrera de medicina. Luché por mis sueños hasta que los conseguí; lo que no sabía es que ese sueño se iba a convertir en una pesadilla. Obviamente sabía que después de terminar mi carrera, iba a ver cosas buenas y cosas malas, pero bueno, eso lo sabía desde el momento que eché la matricula en la Universidad de Madrid. Trabajo en el hospital Princesa, y no he trabajado más en mi vida (ni siquiera durante las prácticas en las que tenía que ser la última en salir después de limpiarlo todo), pero para mí era todo un honor empezar mi camino para salvar vidas.

Después de llevar seis meses trabajando, estalló la Pandemia, o mejor dicho, mi pesadilla y la de millones de personas.

Todo comenzó cuando en Madrid hubo un brote impresionante. Nos pilló de sorpresa, sin medios, sin conocimientos del virus, sin nada. Sólo nos quedó unirnos, todo el personal sanitario y tirar para adelante como pudiéramos.

Me levanté como un día cualquiera, cogí el coche ya que recomendaban no coger transportes públicos para evitar contagios. Cuando llegué allí había mucho silencio (más de lo habitual).He de decir que los hospitales normalmente no son un sitio agradable de visitar, pero a partir de ese día desde luego que no lo serían nunca más. Ingresaron cincuenta personas en camillas en esa misma mañana; algunas sin poder respirar, otras con mucha fiebre,  con unos dolores de cabeza impresionantes… Nos pusimos manos a la obra, expuestos al virus ya que no había indumentaria suficiente para todos. Eso me pareció como cuando mandaban a campesinos a luchar sin armas a las guerras, vaya del siglo XVI estamos hablando. Ese día entré a las 6 de la mañana y no salí hasta las 6 de la tarde del día siguiente, y os aseguro que ese no era mi horario. Ese fin de semana yo descansaba, pero un médico (y amigo mío) me pidió que fuera a echar una mano, ya que estaban saturados y  necesitaban a todo el mundo posible. Llegué alterada a decir verdad; y me encontré con que no podía ni pasar por el pasillo, había camillas que entorpecían el paso a causa de la escasez de habitaciones. Gente de todas las clases: jóvenes, ancianos, adultos… Eso me impactó bastante; todas esas personas estaban allí, en medio de un pasillo, con miedo de no saber lo que les pasaba ni lo que les iba a pasar, y con la esperanza de que pudieran atenderlos. No había ni médicos ni habitaciones suficientes, ni medios, ni nada.

Todos los médicos dicen, que hay una muerte de un paciente que te mata, que te parte el alma y lloras todas las noches como si fuera pariente tuyo. En mi lugar fueron dos muertes las que me partieron el alma.

                La primera llegó después de una semana de que estallara todo, se llamaba Manola tenía 89 años. La conocí cuando entré en la habitación a hacer los chequeos rutinarios, llevaba cuarenta esa mañana. Durante los días anteriores había dado un gran empujón y parecía que estaba mejorando; mientras ponía toallas nuevas me volvió a contar que era viuda, que su marido murió de cáncer y que por eso le daban miedo los hospitales. Habló sobre su único hijo, que era policía y que todos los fines de semana  comían juntos, y de su nieto Miguel, al que echaba de menos llevar al colegio, darle de comer, jugar con él... Normalmente me contaba cosas sobre su vida, cuando era joven y no pudo estudiar porque en aquel entonces las mujeres no podían hacerlo. Cuando se enamoró locamente de su primer amor, cuando le rompieron el corazón… Como no me podía entretener, le dije que volvería por la tarde en mi rato de descanso (si con suerte tenía) y antes de irme me dijo: “De niña, siempre me imagine siendo como tú, salvando vidas.” Salí con lágrimas en los ojos. Por la tarde cuando fui a la habitación vi a muchos médicos allí y pregunté a uno de ellos. Me dijo que la mujer había fallecido por la falta de respiradores, habían decidido dárselo a otra persona, dado que llevaba varios días encontrándose mejor. Me fui corriendo de allí, y no paré de llorar en todo el día. Manola yo te iba a salvar pero te escapaste...

Manola me hizo entender lo fuerte que puede ser la muerte de alguien a quien no conoces. Tenía tanta cosas que contarme, que contar al mundo, ya no volvería a comer con su hijo, ni a llevar a su nieto al colegio… No pude, solo quería llorar y no parar hasta ahogarme en mis propias lágrimas. No había tiempo para lamentarse había quinientas personas más que necesitaban mi ayuda. A por ellos.

Dos semanas después estaba en la sala de quimio allí había un chaval de 16 años que llevaba yendo al hospital desde hacía dos años, y siempre me alegraba ver como mejoraba. Estuvimos hablando, él me dijo que siempre le había temido a la muerte hasta que se había dado cuenta  de que la muerte no es lo que nos preocupa. Lo que nos preocupa es que nadie nos recuerde cuando ya no estemos. Me habló sobre su única preocupación. Era pensar en que nadie le iba a querer, que no iba a encontrar al amor de su vida, ¿Qué ingenuo no? Esta empezando una pandemia mundial y él preocupándose porque una chica no le iba a  querer. Se fue, y cuando  volví a verlo a la semana siguiente estaba entubado en una camilla de hospital. Al día siguiente de haberlo ingresado falleció. No podía parar de pensar en sus palabras, “no le tengo miedo a la muerte, solo a que nadie me recuerde cuando ya no esté” se llamaba Antonio, y aunque yo no fuera el amor de su vida me rompió el corazón en mil pedazos como si lo hubiera sido. Siempre lo recordaré.

Estos dos casos son unos de los miles y millones que han sucedido durante 2020. Me hicieron darme cuenta de los casos tan distintos a los que me enfrentaba. Uno, era un joven con una vida por delante. Otra, era una anciana que ya  lo había vivido todo. Lo único que tenían en común era que la muerte se los llevó por igual.

Dos semanas más tarde, me tocó a mí, sufrí en mis propias carnes este virus, sabía perfectamente que podía pasar, después de haber estado con miles de contagiados sin protección alguna. Pensé en ellos durante más tiempo del que debería, entre dolores de cabeza y vómitos. Siempre pensaba en que si me recuperaba, iba a ser gracias a ellos, gracias a lo mucho que me habían enseñado. Mis ángeles de la guarda, siempre os recordaré.

 

 PI...PI...PI...¿ESTO ES EL DESPERTADOR ?, DE SASCHA DELGADO GIL

1º DE ESO

 Día 1: Pi…Pi…Pi…, Pi…Pi…Pi…  Pero… ¿Esto qué es, el despertador…?, pero si casi ni recuerdo, cuándo me acosté. No he dormido nada… Al buen rato… otra vez, Pi…Pi…Pi…, Pi…Pi…Pi…, esta vez sí consigo abrir los ojos, entreabrirlos, me duele la garganta, no puedo hablar, todo es de un color entre blanco y azul, y distingo figuras verdes y azules, moviéndose….”y este chaval, ¿cuándo ingresó?”…”lo subieron esta mañana de planta, se llama Sascha, solo tiene 12 años”…pero… ¿dónde estoy?, solo quiero dormir y que deje de sentir este dolor de garganta.

Día 2: Hoy me he despertado al oír voces, no eran los mismos que ayer, eran mujeres, eso seguro, pero no me enteraba de lo que decían, que si mililitros de no sé qué, que si una cánula, que si ventilaciones, que llamasen al doctor no sé quién…todo confuso, y sigo, sin poder tragar, ni hablar, la garganta me molesta cada vez más y más… De pronto, intento quitarme algo que tengo en la boca y siento que estoy amarrado… pero… ¿Por qué estoy amarrado?, ¿Por qué no me quitan esto de la boca, que no me deja ni tragar ni hablar, ni nada?,¿ por qué me molesta tanto la luz?, esa luz blanca como de flexo que no me deja abrir los ojos, ¿ por qué no puedo hacer nada de lo que quiero hacer?, pero… ¿dónde estoy?, ¿dónde están mis padres?, esto no es mi casa, ni una habitación de hospital, ni mucho menos un hotel, me da miedo preguntar,  pero tampoco puedo hablar, ni siquiera sé si hay alguien… sí, alguien sí que hay, hay mujeres hablando…otra vez ese dolor y ese ruido… Pi…PI…PI…, PI…PI…PI…

Día 3: De repente, algo metálico se ha caído, o cristales, no sé, y me he despertado, veo bien, pero solo veo el techo, un techo de esos de plaquetas móviles que hay en los hoteles y en los hospitales, pero... esto no es un hospital, aquí no huele a hospital…pero sigue ese dolor de garganta, no puedo hablar ni hacer nada… no puedo tragar…De repente, intento ver mirando hacia abajo, casi poniéndome bizco, que tengo en la boca y veo un enorme tubo transparente, como los respiradores de las gafas de buceo que uso en la playa, pero mucho más largo y que está conectado a un aparato grande, como un ordenador y un compresor de un limpiador industrial… y en mi boca….. Rápidamente, noto cómo también tengo una especie de pinzas en la nariz, lo noto porque me dan aire frío, y me hace cosquillas, porque las pinzas no las veo, y no quiero quedarme bizco. Definitivamente…  me acuerdo de lo que me dijo mi padre un día…”la curiosidad mató al gato”, a mí no me va a matar,¡ pero me va a dejar bizco ‘perdío´…!,  sigo mirando y veo mis manos atadas una a cada una de las barras de una cama y en cada brazo, algo que nunca soporté, cuando me llevaban al médico a una analítica o a una vacuna, mis brazos están llenos de agujas y pinchos que  no tengo ni idea para que sirven, pero hay al menos dos o tres en cada brazo… Empiezo a darme cuenta que esto es un hospital… “mira, se ha despertado nuestro chaval  favorito… anda Sascha, venga cariño, relájate un poquito, te voy  a tomar la tensión y a ponerte algo para que no te despiertes, y no te toques más los brazos que  mira, te mueves más que un saco de ratones…”, no era mi madre, ni mi padre, ni una cama de hospital, era una mujer con un casco y un traje de plástico que le cubría la cabeza, era como había visto en la tele que se vestían los que desinfectaban a los que venían de una nave espacial, o como se vestían los que estaban en una UCI, cuidando a enfermos muy graves, a enfermos y enfermas que se iban a morir, no sé qué me pasó, pero me asusté tanto que me desmalyé… o quizás fue lo que me puso la enfermera, sí, la del traje “anti extraterrestres”, en uno de mis muchos cables que tenía enganchados en los brazos.

Día  4: Abro los ojos, no, no fue un sueño, allí seguían los cables, colgando de mis brazos, y que terminaban en botes con mil cosas, supongo que serían sueros, alimento, medicinas de todo tipo…allí seguía ese tubo en mi boca, esas pinzas , ya no me hacía cosquillas, me daban miedo, allí seguía ese aparato con un rudo sin parar, ffffuuuuufff…..plasss, ….ffffuuuuffff, ….plassss, una y otra vez, y que no tenía ni idea de qué era; y ,entonces, me di cuenta que no que aquel, PI…PI…PI…, PI…PI…PI…, seguían sonando , y sonando, pero ya era como una musiquita que estaba dentro de mi cabeza, y que casi ni oía. Y aún fue peor, cuando me di cuenta de que no había una enfermera disfrazada de salvadora del mundo antialienígenas, sino que había montones, y montones de ruiditos en la lejanía, no sé si espacial o simplemente en mi cabeza, esos ruiditos eran de otros muchas personas que estaban allí como yo, intentando no morirnos, estaba en una UCI. Entonces, fue cuando de verdad me acordé de las noticias en la tele, de las UCIS saturadas, de los cientos de muertos al día, de los contagiados  contados por cientos de miles y pensé:- ¡vaya!, me ha tocado a mí!, vaya mala suerte, y no, no le ha tocado a nadie anónimo ni desconocido, me ha tocado a mí…empecé a llorar y asustarme, a toser, aquel tubo seguía allí, a intentar gritar de dolor , de impotencia y de miedo, hasta que llegaron las “anti extraterrestres”, a partir de ahora, las mejores enfermeras del mundo, me tranquilizaron cogiéndome las manos, la cara y, seguramente, dándome más productos y medicinas, …entre sueños solo podía pensar en el miedo que tenía, y en las ganas de vivir, y que estas tenían que ser mayores que mi miedo, y pensaba también en  mi familia, mis padres, mi abuela y la gente que me quiere igual estaba peor que yo, más asustada y con más miedo, y que yo era joven y fuerte y tenía que superar aquello, primero por mí, porque tenía que tener toda una vida por delante, y después por mis padres, no les iba a hacerles esa putada de dejarlos sin hijos, el que pierde a los padres se queda huérfano, pero… ¿cómo se queda el que pierde al hijo…? No lo sé,  ni me importa como se dice, mis padres no me iban a perder.

Día…pongamos 5: Realmente no tengo ni idea de los días que pasaron hasta que volví a tener un poco de consciencia, recuerdo entre sueños, y así quiero que sea toda mi vida, gente llorando, palabras como “no se ha podido hacer más”, “ha sido imposible”, “sabéis si están los familiares fuera”, “que pena, si era joven”, “ni su mujer ni sus hijos se han podido despedir de él”, “llamar a donde sea, pero no podemos hacer mas, ya, no hay sitio para más cadáveres”…, el caso es que todas esas frases que yo, casi ni quería escuchar, eran palabras referidas a mis compañeros y compañeras de UCI, de sala de ruiditos, que jamás salieron de allí.

Pero mi quinto día fue pletórico, me desperté sin tubo en la garganta, con un dolor horroroso  sin poder tragar,  y casi ni hablar, el ruido aquel extraño que parecía un compresor,  resultó ser un respirador, y ya no sonaba ninguno a mi lado, desgraciadamente si sonaban otros no muy lejanos, además de otros pitiditos, esos creo que me sonaran muchos años en mi cabeza. Mis enfermeras me dijeron que había sido fuerte, durante casi dos semanas, y que había dicho muchas tonterías, entre dientes, mientras estaba más lejos que cerca. Por lo visto, soporté  muy bien algunos cócteles de medicamentos que hubiesen sido la envidia de cualquier grupo de toxicómanos de Harlem, pero entre eso, mi  juventud, mi suerte, ese respirador que me dijeron que fabricó una empresa de Cádiz, que hacía antes  infladores para cometes de kite-surf, y seguro que la energía y el amor que mis padres y mis seres queridos me dieron desde fuera y que trasladaron como nadie mis superenfermeras, conseguí pasar lo peor….mañana me quitarán los cables de los brazos, con el montón de cosas que me habían permitido seguir vivo.

 

Día 6: Hoy empezó todo muy pronto, desde la mañana muy temprano han estado haciéndome pruebas, ha pasado por aquí un ejército de médicos y enfermeras y lo mejor de todo, solo me han dejado un suero en el brazo izquierdo, me han dicho que casi no es necesario, pero por si vuelvo a tener un poco de fiebre o no puedo dormir bien, lo usaran, esa vía, creo que se llama así, para ponerme la medicación necesaria.

A última hora, me han sacado a aquí, a mí y a otro señor de unos 50 años, que me ha dicho que esta no la contaba, pero que le dijeron que había un chaval canijillo y poca cosa que estaba recuperándose  y que sí lo iba a hacer un crío como yo, él no iba a ser menos, así que nos bajaran a planta esta tarde en un rato. Me ha dado las gracias, y ha llorado más de lo que imagináis… cuando le pregunté por qué lloraba, si estaba bien y por fin iba a ver a su familia, me dijo que su mujer, se quedó en la UCI del al lado, y que no pudo decirle adiós, y uno de sus hijos tampoco ha podido soportarlo…

Día 7. Solo quiero abrazar a mis padres y a mi habitación, y no volver a pensar jamás en esto, no olvidar lo rápido que todo se puede acabar, lo fácil que es dejar de existir y lo frágiles que somos ante lo que más despreciamos, un simple virus.

Pero también tengo muy claro, que aunque no es una responsabilidad total mía, aunque yo tuve cuidado de no contagiarme antes de venir al hospital, siempre se puede tener más cuidado, siempre se puede dejar de ir a una reunión de amigos, a un cumple, a una cena con tus padres y familia, o simplemente a no estar muy cerca de tus compañeros en a clase o en cualquier  momento del día, porque siempre puede haber algún problema, que parezca absurdo hoy, pero que en tan solo un par de semanas resulte que sea tan potente que pueda acabar con todas tus ilusiones y todas las de tu familia, o incluso  la humanidad en un buen rato…o habrá que decir un rato, bastante malo.

 

                                                                                    

 

 QUERIDO DIARIO, DE CARLA BONILLA RUEDA

1º DE ESO

Esta es mi experiencia durante el tiempo que estuve en la UCI...para ser exactos, siete días.

No me acuerdo muy bien, así que iré escribiendo a medida que vayan surgiendo mis recuerdos.

Cuando me hice una PCR, di positivo. Al darme la noticia, me quedé impactada, no podía moverme…Sentía miedo por lo que me iba a pasar, ya que siempre me han dado miedo los médicos. Tengo 17 años, así que fui a hacerme una PCR sola, supongo que avisaron a mi familia en aquel momento.

Me dijeron que respirara, que no iba a pasar nada, que los sanitarios y el personal del hospital me cuidarían bien. Pero, a mí me costaba respirar. Cuando me llevaron a la habitación, me pusieron un respirador, para que pudiera respirar con mayor facilidad.

La habitación era bastante simple, tanto las sábanas, como la pared y el mobiliario eran blancos. Aunque la mayoría del tiempo lo pasaba con los ojos cerrados, a veces veía sombras de gente con mascarillas, mirándome mientras me ponían los tratamientos. Llegaron momentos en los que echaba de menos a mi familia. Quería volver a casa. Obviamente, me daban de comer, comida caliente, no era tan buena como la que cocinaba mi madre, pero era comestible.

Los médicos me decían que si no tenía ganas de comer, no pasaba nada, no se debe forzar a un paciente a comer. De vez en cuando, comía; a pesar del dolor que tenía por todo el cuerpo. Me dijeron que si tenía ganas de comer era buena señal.

No sé cómo pude contagiarme, es un milagro que cuando di positivo, no había pasado tiempo con mis amigos. A lo mejor, al ir al supermercado o, al ir a andar, me habría contagiado alguien-la verdad es que yo tengo mucho cuidado a la hora de prevenir que me contagien-, no sé cómo pudo pasar. Por lo menos, ya me he recuperado, así que no me importa mucho.

Los tratamientos que me pusieron eran bastante fuertes, pasaba la mayoría del tiempo dormida o con los ojos cerrados, sin llegar a caer en el sueño.

Había veces que perdía la esperanza y pensaba que iba a morir, aunque los médicos me decían lo contrario. 

Ahora que lo pienso...si no me hubiera contagiado en Navidad, y me hubiera contagiado a mitad de curso, toda mi clase estaría confinada...menos mal que no estábamos dando clases.

Mientras estaba dormida, se me pasaban mil pensamientos por la cabeza, ya que tenía el sentimiento constante de que iba a morir, me acordaba de las veces que fui a la playa con mis amigos, de los momentos con mi familia, de cuando fui al teatro por primera vez...todos eran recuerdos inolvidables.

Recuerdo el día en el que me dijeron que mi madre estaba llamando por teléfono, me llené de felicidad, al oír su voz, mientras yo estaba en la habitación del hospital sola. Me preguntaba si comía bien, si me estaban tratando bien, cómo me sentía…

Se la escuchaba llorar a través del teléfono. La echaba de menos.

También recuerdo el día en el que estaba peor, me pesaban los ojos y sentía que era mi fin, los médicos a veces no sabían qué decirme para animarme.

Llegó un momento en el que cerré mis ojos, y decidí recordar alguno de esos momentos de felicidad.

Lo recuerdo como si fuera ayer...Mi familia y yo fuimos a la playa a comer, el restaurante era muy lujoso pero la comida estaba malísima, así que mi madre fue al mostrador y les dijo que su servicio era pésimo, y nos dejaron ir sin pagar.

Mi hermano menor y yo nos reíamos a carcajadas mientras los demás clientes volteaban sus cabezas hacia los gritos de mi madre.

Como he mencionado antes, la vez que fui con mis amigos a la playa.

Ese día fue extraordinario, mis amigos y yo fuimos a una playa que hay cerca de nuestro barrio, ya que vivimos en una zona litoral.

La playa no es que sea algo del otro mundo, aunque es una de las más “limpias” de la ciudad. Era pleno verano en el mes de julio. Hacía mucho calor. Cuando tendimos nuestras toallas nos pusimos a jugar al voleibol hasta que tuvimos suficiente calor para bañarnos en el mar. Justo cuando nos metimos, a mi amigo le picó una medusa, acudimos a los socorristas y nos dijeron que le echaramos agua de mar a presión a la picadura para quitar el veneno, ninguno traía una botella así que fuimos corriendo a un kiosco a por una. Uno de mis amigos se quedó con el herido para que no se quede solo. Al final pudimos salvarlo...no sé muy bien si eso es un recuerdo feliz, pero fue gracioso.

En fin, basta de recuerdos...que si no me enrollo demasiado.

Ya dije que no me acuerdo de como me fue en la UCI, pero la verdad es que no fue nada divertido. Eso sí, recuerdo que siempre que abría los ojos había cuatro o cinco médicos mirándome, mientras mi vista estaba completamente nublada...solo llegaba a distinguir sus caras cubiertas con mascarillas, pantallas protectoras y redes para el pelo.

También me viene a la cabeza que varias veces soñaba con salir de allí o con ver a mis mejores amigos de nuevo.

Vaya, casi se me olvida...y esto es lo más importante...Tengo que contar como fue mi salida del hospital.

Bueno, recuerdo que el ultimo dia que estuve en el hospital ingresada, ya me sentía bastante normal, ya no tenía fiebre, solo tenía un pequeño dolor de garganta que no era muy importante. Aquella mañana la recuerdo asi:

Estaba tumbada en la camilla del hospital mientras me hacían los últimos chequeos a ver si ese era mi día final, y justo cuando terminaron,un enfermero entró en la habitación diciendo que tenía buenas noticias para mi. Yo la verdad no me esperaba mucho, pensaba que me iban a decir que mi madre estaba llamando otra vez...Yo pregunté cuáles eran aquellas noticias que tanto deseaba contarme y él me dijo risueño: - ¡Ya podrás salir del hospital!.

Podrás imaginar mi cara de felicidad al escuchar aquellas palabras salir de la boca del enfermero. Me entraron ganas de llorar en medio de la sala mientras todos me miraban, quise saltar por toda la habitación mientras pensaba “¡por fin podré salir!”.

La verdad es que no me sentía del todo feliz, a ver, estaba eufórica pero me sentía mal por todas aquellas personas que todavía tienen que estar ingresados y que verdaderamente están mal.

Antes de salir me hicieron el test de nuevo, estuve esperando media hora, nerviosa, sentada en la sala de espera mientras me caían lágrimas de felicidad. Después de unos segundos me di cuenta que mi mascarilla estaba húmeda.

Un médico me avisó al cabo de un rato, y me dijo los resultados de mi prueba. Yo no tenía palabras, fue como cuando di positivo por primera vez, estaba paralizada, pero esta vez fue de felicidad. Tenía muchísimas ganas de ver a mi familia. Ya era hora de que saliera de esa camilla de hospital.

Al salir del hospital mi madre me llevó en coche a casa, me fui directa a mi habitación para tumbarme en la cama y no salir hasta mañana; estaba agotada.

Aquella tarde estuve con el móvil todo el rato. Mis amigos me dijeron que me echaban de menos, y que estas navidades habían pasado muchas cosas en el grupo... De todas formas, estoy feliz de estar sana de nuevo.

Esa tarde mis abuelos me llamaron para ver cómo estaba, yo les dije que me encontraba bien, que solo estoy un poco cansada. Ellos estaban felices de

escucharme de nuevo. Mi abuela me dijo que estaba ansiosa por que fuera a verla.

Yo le dije lo mismo, tenía ganas de verla.

Ahora mismo no se que pensar...la verdad es que no se como se me ha pasado por la cabeza escribir este diario, alomejor para dentro de unos años volver a leerlo, o solo por diversión. No creo que haya moraleja para esta historia, lo único que se me ocurre decir es :

-Cualquiera puede coger el virus, sin saber cómo ni cuándo.

En fin, de todo se aprende, ¿no?









 

 

 

 

 

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