1º PREMIO
EL VERTEDERO HUMANO, de María Luisa Castillo 2º de Bachillerato C
Me ahogo. El mundo se ha vuelto sobre mí.
Estaba buscando lombrices y ratones por una nueva zona, una bastante alejada de
mi nido, cuando el mundo me ha tragado. De pronto, algo invisible me ha cogido
y no me deja respirar, me cubre por completo, me aprisiona. Me ahoga. Al
principio he conseguido abrir un orificio en la piel transparente, y he podido
mantenerme en pie, sobre un mineral raro, blando y negro, lo he visto en los
toros que conducen los humanos, esos que pasan corriendo por los caminos que
cruzan la tierra hasta llegar al infinito. Luego, en una ráfaga de viento, el
hueco se ha perdido y la piel se ha apoderado de mi pico, de mi cuerpo y de mis
alas. No quiero moverme, porque tengo miedo de caer encima de los pinchos
afilados que hay debajo, esos que lanzan destellos al recibir luz del sol, esos
que no son de madera, ni de hojas, ni de tierra. El material es como el de los
toros de los humanos, aunque deformado y con manchas rojas y naranjas, muy
duro, el viento no lo levanta. Esta zona está plagada de materiales raros como
ese. Por eso no vengo nunca por aquí, pero cerca del nido no había presas,
todas se han ido, parece ser que la tierra ya no es tan buena como antes. He
visto varios humanos, moviendo los materiales raros, depositando muchos más en
las colinas heterogéneas que me rodean. Son ellos los que las han creado.
Mis pulmones queman, les falta aire limpio. El
viento se bate contra la capa que me oprime, ojalá se colara entre ella y me
permitiese respirar con normalidad. El apoyo de mis patas se desliza con calma
e indiferencia, el gran círculo negro comienza su trayecto hacia abajo, casi
con sorna. Se desplaza por entre hojas marrones y duras, capas transparentes y
flexibles, objetos de colores llenos de mugre y olvido. Me veo arrastrada, al
principio casi con timidez, luego con salvajismo, hasta la llanura, por la
ladera de la colina artificial. Pierdo el apoyo de mis patas en el objeto, algo
puntiagudo aparece en mi campo de visión, mi cabeza, dolor, dolor, dolor,
dolor, dolor, dolor, dolor…….…..…..oscuridad.
Siempre me han impresionado los aeropuertos.
Son tan grandes, tan luminosos y modernos, como en una película futurista.
Palacios de hormigón y cristal, de amplitud e impersonalidad, hogar de los
viajeros expertos y de los ocasionales, como yo. El de Madrid tiene unas formas
geométricas en el techo curiosas, de esas que consiguen la extrañeza momentánea
de cualquier observador distraído.
Salgo del ascensor, un poco perdida, con la
nariz en alto, buscando los mostradores para deshacerme de la maleta, cuánto
pesa, creía que no había metido tanto, quizás para una semana no debería
haberme llevado cinco pares de zapatos. Quién sabe, mejor prevenir que curar.
Un joven uniformado me saluda y me pide unos instantes. Me ofrece envolver la
maleta con plástico, es por seguridad, hay un alto porcentaje de maletas que
son abiertas para robar, o para pasar sustancias ilegales, él me recomienda
encarecidamente que la proteja. Además, el plástico es reciclado, claro,
cuidamos el medioambiente, somos muy modernos, cómpralo.
Miro el reloj, el vuelo no sale hasta dentro de
cinco horas, voy con tiempo de sobra. Le entrego la maleta al joven y observo
cómo la máquina le da una y mil vueltas hasta embalarla como para resistir a
una bomba atómica. Parece una madeja, de esas de hilo blanco con que mi madre
tejía los jerséis de invierno, pero de plástico. Me acerco a una pantalla para
ver el número de los mostradores de facturación, aunque todavía no están
puestos. Quizás he venido demasiado pronto. Cojo mi maleta convertida en
crisálida y me dirijo hacia la primera silla que encuentro, que pertenece a una
cafetería.
Saco el móvil, sin saber muy bien qué hacer
para matar el tiempo. Decido meterme en las noticias de Google, lo que hace el
aburrimiento, a ver qué encuentro. Me aparece un artículo de National
Geographic sobre medioambiente, plásticos y animales, un tema que está ahora
muy de moda. Los modernitos y sus luchas.
Me aparece una foto en primera plana de una
cigüeña cubierta de plástico, que ondea por el viento tras su blanco plumaje,
como si de una larga cabellera se tratara. Se encuentra en un vertedero, sobre
un neumático, erguida e impasible al peligro de asfixia, menos mal que el pico
no está cubierto, se ahogaría. Y de pronto, me doy cuenta de que soy ella, ella
es yo, me fusiono con esa cigüeña, mis manos son sus alas; mis piernas, sus
patas; mi boca, su pico. Noto una potente quemazón en el pecho, mi pequeño y aerodinámico
pecho, ardiendo como un incendio, como los incendios típicos de verano que
surgen por descuidos humanos, por colillas medio encendidas que se tiran en los
arcenes, por los vidrios y la mortal luz del sol. Pero este no va de colillas
ni botellas rotas, este es provocado por un plástico, una piel transparente que
me envuelve y me oprime, que no me deja inhalar oxígeno, necesito oxígeno, me
ahogo. El plástico es parecido al que envolvía mi maleta, ¿parecido? Es el
mismo, me siento como ella, encogida por una crisálida letal.
El neumático resbala, cae por la montaña de
basura, una de cientos en este vertedero, lugar de podredumbre y toxicidad. Es
culpa mía, el plástico es mío, yo lo utilicé, yo lo tiré cuando no me servía,
yo dejé que acabara aquí. ¿Cómo iba a saber yo que podría matarme? Ahora no me
deja moverme, ni me deja respirar, y mientras el neumático se mueve, como un
gato que juguetea con un ratón, el peligro y la muerte se ríen de mí, me
controlan, me dominan, estoy subyugada a ellos. ¿A quiénes? A los humanos, esos
seres egoístas que asesinan sin querer darse cuenta, pero yo soy ellos, yo soy
humana; no, yo soy cigüeña. Estoy en el aeropuerto de Madrid, pero también
estoy en el vertedero, me pierdo, estoy confusa, soy humana y soy cigüeña, estoy
muerta.
II PREMIO
DEJEMOS EL PLANETA EN PAZ, de Raquel Mato Jiménez 4ºA
DEJEMOS EL PLANETA EN PAZ, de Raquel Mato Jiménez 4ºA
Hace mucho tiempo gracias a una gran explosión
y diferentes sucesos relacionados, dieron lugar a mi nacimiento. Yo era muy
pequeña, una niña inocente de pelo castaño, tez clara y debido a una
heterocromía tenía un ojo azul como el océano y el otro verde como una pradera
en primavera. Durante muchos años estuve sola sin más compañía que las
estrellas, mi hermanita Luna y algún que
otro curioso que se acercaba hacía mi orbita.
Pero un día comenzaron a aparecer nuevos seres
que jamás había visto y que eran muy diferentes a mí. Estos seres fueron
aumentando a mi alrededor, y cuando quise darme cuenta estaba rodeada de
animales, plantas, pequeñas civilizaciones y una gran cantidad de seres
similares entre sí llamados humanos. Estuvimos muy bien, yo por fin estaba
feliz, tenía mucha compañía y disfrutaba mucho viendo como cada uno de mis
compañeros realizaban diferentes actividades, aprendía de ellos y ellos de mí.
Pero claro cuando todo parece estar en calma,
siempre aparece un gran remolino que lo acaba desquebrajando todo y así es como
comenzó algo inimaginable; los que durante tantos años habían sido como mi
familia cambiaron, comenzaron a construir grandes edificios, unos caminos
negros conocidos como carreteras que tan horribles me parecían, éstos estaban
hechos de alquitrán y olían muy mal. También empezaron a producir algo llamado
plástico que se producía en unos lugares terroríficos, unas fábricas enormes
con grandes chimeneas que soltaba humo con ese olor tan desagradable del que os
hablé antes. Esto solo era la punta del gran Iceberg con el que estaba a punto
de colisionar. Esta situación se fue agravando ya que no solo me hacían daño a mí
también se lo hacían entre ellos, los humanos echaban múltiples objetos fábricados
con esa trampa mortal llamada plástico al mar, a los bosques y otros seres,
como animales, los ingerían y morían o se ahogaban porque alguna bolsa se les
enredaba en el cuello. Y yo de ver eso
empecé a enfermar, era una enfermedad muy rara, tenía muchísima fiebre, mi ojo
verde comenzó a ponerse gris, mi tez se puse de color oliva y mi pelo comenzó a
caerse y todavía estaba en la flor de mi vida. ¡Qué me estaba ocurriendo!
A mis síntomas se le sumaron la ansiedad que me
producía unas taquicardias que parecían volcanes, una depresión que me hacía
llorar y llorar como si de lluvias torrenciales se tratara, además de que la
fiebre subía y subía. Un día en los que me encontré algo mejor, me asomé a la
ventana a ver que ocurrencia habían pensado para hacerme sufrir un poco más;
entonces, escuché algo que decía una mujer que parecía una científica:
- “Estamos
en una época desastrosa, el calentamiento global no es cosa de broma ni de
risa, sino frenamos todo lo que estamos haciendo mal morirá el planeta junto a
nosotros y nada ni nadie podrá salvarnos.”
Seguí escuchando y todo lo que decía correspondían
con los síntomas que estaba sufriendo. Así llegué a la conclusión de que todo
lo que me ocurría me llevaría a la muerte sino se remediaba de una manera u
otra.
Después de ese día, me quedé en casa e
intentaba relajarme y pensar, ¿qué podía hace yo?, si mis compañeros humanos no
hacían nada seguiría enfermando y ya sabemos que acabaría pasando.
Ya habían pasado tres años desde que escuché a
la científica y ni mejoraba, ni empeoraba, estaba en un estado neutro esperando
y esperando. Pero, no sé qué se me pasó por la cabeza porque decidí salir y
echar un vistazo a mi casi destruido hogar. Lo que vi me sorprendió. Vi a
¿humanos?, sí eran humanos. Me fijé y estaba junto a la costa con bolsas de
papel recogiendo otras de las muchas cosas repugnantes que crearon las toallitas
y otros elementos de plástico; además, si miraba hacia el lado contrarío,
habían reducido las fábricas y ya no olía tan mal. Mi ojo verde comenzó a
tornarse lima como si volviese a recuperar su color y mi pelo estaba dejando de
caerse. Aquellos que me habían hecho tanto daño estaban ahora ayudándome. Volví
a dirigir la mirada hacía ellos y pude ver como ayudaban a animales heridos y,
además, habían creado nuevos transportes, ya no usaban tanto esos desagradables
automóviles de gasolina. Ahora usaban coches eléctricos, bicicletas, una cosa
llamada hoverboard o algo así lo llamaban y unos patinetes eléctricos que ni
echaban ese olor, ni hacían ruido. Poco a poco estaban arreglando todo lo que
me habían hecho y poquito a poquito yo mejoraba. Aunque todavía faltara mucho
tiempo para estar curada del todo volvía a ser feliz pues, a pesar de todo,
habían sido capaces de arreglar aquello que estaban haciendo mal y por ese acto
yo ya me sentía agradecida. Aunque ya sea mayor todavía me queda mucha vida que
dar y vivir.
Puede que penséis que por esas pequeñas cosas
no vas a curarte y a eso os contesto, todo lo bueno viene en dosis pequeñas,
así que si para que yo mejore tiene que ser más lento pues prefiero que sea así
a que por algún casual sufra una taquicardia que deje de respirar y estalle
como algunos parientes míos que acabaron sucumbiendo a enfermedades distinta a
las mías pero que se lo hicieron pasar igual o peor que a mí.
Y con todo esto supongo que sabréis mi nombre,
pero para los despistados me presento. Me llamo Tierra y sí, soy vuestro
planeta, aquel donde vivís y disfrutáis de cada día. Os quiero pedir que, por
favor, cambiéis y no me hagáis tanto daño. Durante demasiados años lo he pasado
terriblemente mal y ahora que lo estáis arreglando no os rindáis porque la
mejoría, aunque no la veáis yo la siento. Por eso necesito que no os rindáis y
sigáis porque gracias a ésto estoy mejorando. Lo dicho, siempre seré vuestro
hogar, así que cuidarme como si fuera de cristal.
Muchos
besos, Tierra.
TERCER PREMIO
VIAJE MARINO, de Isora Torres.
Mmm…qué
bien se está aquí, bien calentita y segura, pero este lugar se me empieza a
hacer pequeño
-.Espera,
.¿Qué
es eso? Una grieta, otra, y otra más-
-¿Qué
está pasando?, siento que el océano me llama, ¡allá voy!, que es esta
sensación, pequeños granitos en mis aletas, tengo que llegar al océano, pero
escucho una voz:
-
¡Agáchate, que te agaches!
Y así lo hice, a milímetros de mí, pasó
volando un gran pajarraco con el pico abierto de par en par, esa voz ¿de dónde
viene? Es otra tortuga, me acerco a ella.
-Gracias,
me has salvado, tú también lo notas, la llamada del océano; deberíamos ir a la
orilla.
-Lo
intento, pero estoy atascada. en la aleta de mi nueva amiga había una especie
de red, intento liberarla, que es esto, que difícil de desenredar ayúdame le pido
a otra tortuga y esta sigue su camino, mientras tanto los pajarracos siguen
atacándonos, ¡socorro! grito, pero no encuentro respuesta, de repente, una
sombra nos cubre, ya está, esto es el fin.
-Márchate
déjame aquí.
-No,
nunca tú me has salvado la vida y no puedo dejarte aquí tirada.
Una
mano regordeta eleva a mi amiga, ¡eh!, ¿qué haces?, no te la lleves tenemos que
llegar al océano con las demás, ¡oh no! ¿qué es eso? la criatura acaba de sacar
un objeto brillante y afilado, un cuchillo, la va a herir, no por favor, pero
para mi sorpresa la enorme figura empieza a cortar la red la está liberando, uf
gracias, pero rápido nos vamos a quedar las últimas, la extraña criatura la
vuelve a depositar en el suelo cuidadosamente
-Corre.
-Sí,
ya voy qué susto me ha pegado.
Ya
casi, noto el agua fresquita en mis aletas, una ola, está salada, otra más,
esta me revuelca, pero consigo ponerme en pie y con otra olita más empiezo a
nadar, soy libre, ya está, el océano es genial, y no hay pajarracos, ¡pajarracos!,
entre tanto oleaje he perdido de vista a mi amiga, probablemente no la volveré a
ver, pero espero que esté bien, continúo nadando, hay tantos colores, algas, anémonas
y un montón de peces de colores, pero… tengo hambre, ¡umm¡ qué puedo comer, ah,
una medusa, mmm… allá voy esto no tiene sabor y no lo puedo masticar, lo escupo
y veo lo que es, tiene la misma forma que la mano de aquella gigante criatura.
-Ten
cuidado, es un guante.
-
¿Un gu que?
-Un
guante de plástico.
Al
girarme vi el rostro anciano de otra tortuga, es mucho más grande que yo,
-Tienes
que tener más cuidado con la basura, no la confundas con comida como me paso a mí.
Y
me mostró al girarse que su caparazón estaba completamente deformado.
-Cuando tenía más o menos tu edad, estaba
jugando con esta anilla de plástico, me quedé enganchada y crecí con ella, he
visitado cientos de peces
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